En menos de dos meses, a golpe de tuit y sin haber pisado todavía la Casa Blanca como presidente, Donald Trump ha sacudido décadas de tradición diplomática de Estados Unidos. En la relación con China y con Rusia, en la doctrina nuclear o en el libre comercio, en la política antiterrorista o en la relación con socios cercanos como la Europa occidental o México, Trump plantea un cambio nítido. No sólo respecto al presidente saliente, el demócrata Barack Obama, sino a anteriores administraciones de su propio partido, el republicano.
Como todo lo que gira en torno a Trump, el valor de su palabra es relativo, y por tanto está por ver en qué grado sus proclamas, formuladas en la campaña electoral y en las semanas posteriores a las elecciones del 8 de noviembre, se traducirán en una transformación efectiva de la política exterior y de seguridad. El presidente-electo jurará el cargo el 20 de enero.
Siempre hay ruptura cuando llega un nuevo presidente. Lo primero que hizo Obama al llegar a la Casa Blanca en enero de 2009 fue firmar un decreto para cerrar la prisión de Guantánamo, el símbolo de los abusos cometidos durante la administración de su antecesor, el republicano George W. Bush. Pero este no es un país de virajes bruscos. La continuidad suele prevalecer. Guantánamo, que ocho años después sigue abierto, es la prueba.
En una comparecencia a principios de diciembre ante la Comisión de Servicios Armados del Senado, el ensayista neoconservador Robert Kagan trazó un hilo de continuidad entre el repliegue geoestratégico de EE UU en los años de Obama y el aislacionismo de Trump, que representaría, en su opinión, una versión "exacerbada" de algunas de las debilidades del presidente saliente.
Kagan resumió en qué consistió este consenso en política exterior vigente desde mediados del siglo XX.
“Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la política exterior americana ha tenido por objetivo defender y extender un orden mundial liberal que se adapte a los intereses y principios americanos. No lo ha hecho como un favor a los demás, sino basado en la idea, ganada a pulso, de que en ausencia de este orden mundial tanto los intereses americanos como nuestros principios más queridos acabarán en peligro”, dijo Kagan.
“Al construir y mantener alianzas fuertes con naciones democráticas, y al apoyar una economía abierta global que permite que estas naciones prosperen y que ha sacado a miles de millones de más de la pobreza en países en desarrollo, Estados Unidos puede proteger mejor su seguridad y el bienestar de sus personas”, añadió.
Al poner en cuestión tanto las alianzas tradicionales de EE UU como el sistema de libre comercio, Trump siembre dudas sobre el futuro de este orden mundial. Tres ejemplos de esta semanas apuntan a este giro.
CHINA
El 2 de diciembre Trump se convirtió en el primer presidente-electo —o presidente— de EE UU en hablar oficialmente con su homólogo en Taiwán desde 1979, cuando se normalizaron las relaciones entre EE UU y la República Popular China. Al principio no quedó claro si la llamada telefónica con la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, había sido fortuita o obedecía a un plan para cambiar la política con la República Popular China, país que considera Taiwán parte de su territorio. La incertidumbre sobre el alcance de los gestos y declaraciones del presidente-electo es una constante.
Unos días después, en una entrevista, Trump pareció confirmar el alcance de aquel gesto al codicionar el mantenimiento de la política de Una Sola China, por la que Washington reconoce diplomáticamente a Pekín y no a Taipéi, a concesiones comerciales por parte de Pekín. Entretanto, lanzó por la red social Twitter varias invectivas a propósito de un dron capturado por China en aguas internacionales y otros asuntos.
RUSIA
En campaña, Trump dejó entrever que, con él en la Casa Blanca, EE UU no se sentiría obligado a defender a sus aliados de la OTAN vecinos de Rusia en caso de una agresión. También se deshizo en elogios con el presidente Vladímir Putin, que le correspondió. Y animó a los rusos a piratear los correos electrónicos de su rival en las elecciones presidenciales, la demócrata Hillary Clinton.
Después de la elecciones los servicios secretos de EE UU y la Administración Obama apuntaron a Rusia como responsable del robo y difusión de miles de ‘emails’ de la campaña demócrata. Y señalaron que el objetivo buscado era la victoria de Trump.
La respuesta de Trump no fue defender a EE UU ante un supuesto intento de sabotaje electoral por parte de una potencia extranjera, sino, en consonancia con el argumento del Kremlin, denigrar a los espías estadounidenses por haber llegado a esta conclusión.
La sintonía entre Trump y Putin ha vuelto a expresarse este fin de semana, cuando, de nuevo en Twitter, Trump ha dado la razón a Putin por criticar la reacción de Clinton a la derrota electoral.
ARMAS NUCLEARES
El 23 de noviembre, en un mensaje de 140 caracteres en Twitter, Trump insinuó otro volantazo geopolítico al afirmar que EE UU debería “reforzar y expandir” sus capacidades nucleares. Si esto significaba una ampliación del arsenal nuclear, significaba dar marcha atrás a décadas de reducción de este arsenal.
Pero el mensaje era suficientemente ambiguo para que los portavoces de Trump lo minimizasen en declaraciones posteriores. Como ha ocurrido otras veces, Trump rechazó estos matices y al día siguiente redobló el mensaje: “Que haya una carrera armamentística. Los superaremos a cada paso y sobreviviremos a todos”, dijo a la cadena MSNBC.
La actividad diplomática de estos días no se ha limitado a estas cuestiones.
Trump reveló esta semana que había cenado con el empresario mexicano Carlos Slim, un movimiento que en Washington algunos interpretaron como un intento de aproximarse a las élites de México tras basar su campaña en los insultos y amenazas a los mexicanos. También llamó al presidente egipcio Abdelfatá Al Sisi para que frenase una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, finalmente aprobada, que condenaba los asentamientos israelíes en territorios palestinos. Reaccionó al atentado de Berlín describiéndolo como un ataque contra los cristinanos. Y, además de retirarse del TPP (el acuerdo comercial con 11 países del Pacífico, diseñado para contrarrestar la influencia de China en la región) y amenazar con romper el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá, estos días se ha filtrado la idea de imponer un arancel a las importaciones.
Expertos como Kagan temen que estas propuestas rompan el sistema de alianzas y de libre comercio desarrollados en las últimas décadas, y apoyados por demócratas y republicanos.
Otros son más benévolos. Es el caso de Henry Kissinger, uno de los sabios del establishment, que ve la victoria de Trump como “una oportunidad extraordinaria” y que elogia que “plantee preguntar poco habituales”.
Una lectura posible de la doctrina Trump —si es que esta existe— es que propone un espejo invertido de la lo que el presidente Richard Nixon y su asesor Kissinger hicieron en los años setenta. Estos se aproximaron a China para contrarrestar a Russia; Trump se acercaría a Rusia para contrarrestar a China.
Otro miembro respetado del establishment, Robert Gates, ha dicho al columnista David Ignatius que puede ser valiosa una política que rompa con las ideas establecidas: un punto de imprevisibilidad en la Casa Blanca tras un presidente como Obama, que según Gates reaccionaba de manera demasiado pasiva ante los acontecimientos que marcaron su presidencia. .
Gates tiene una consultora junto a dos otros miembros del establishment republicano, Condoleeza Rice y Stephen Hadley. Según Ignatius, han hablado con el equipo de Trump y han aconsejado a gobiernos extranjeros sobre la mejor manera de tratar al nuevo presidente.
“Nunca un movimiento populista o una insurgencia política como esta ha capturado la Casa Blanca”, le dijo Hadley a Ignatius. “Esto significa que habrá más discontinuidades en nuestra política exterior. Lo que estoy diciendo a la gente es: ‘Dadnos un poco de espacio y tened un poco de paciencia estratégica. No sobrerreaccionéis, ni siquiera a los tuits de Trump”.